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Diario de una profe de yoga #1



Hoy confirmé algo importante: el yoga es diferente para cada persona. No me gusta seguir a las masas ni a las tradiciones rígidas, por eso, en mis clases, elijo la empatía sobre la imposición. Cada sesión es un aprendizaje, no solo para mis alumnos, sino también para mí.

Hoy, por ejemplo, una alumna de unos 45 años me dejó muy claro que no quiere que nadie hable en clase. Muchas de las personas que llegan a mis clases tienen trabajos agotadores, jefes que las exprimen y emociones reprimidas acumuladas. Viven en modo automático, saltando de una responsabilidad a otra, con el sistema nervioso en alerta constante.


El estrés laboral no solo agota el cuerpo, sino que también deteriora la mente y las emociones. El exceso de cortisol —la hormona del estrés— puede causar insomnio, ansiedad, problemas digestivos y hasta enfermedades cardiovasculares. Ahí es donde el yoga se convierte en una medicina poderosa: a través de la respiración consciente, el movimiento controlado y la meditación, ayuda a calmar la mente, a regular el sistema nervioso y a liberar tensiones físicas y emocionales. No se trata solo de estirar el cuerpo, sino de aprender a soltar las cargas internas que acumulamos sin darnos cuenta.

Por otro lado, trabajar con adolescentes es un universo completamente diferente. Son rebeldes, dispersos y a veces un poco flojos. Cuando no están flojos, quieren hablar y esperar a que el tiempo pase. Y lo entiendo. Yo misma fui una adolescente rebelde, me fugaba del colegio y me generaba ansiedad estar ahí. Pero al final, lo logré, me gradué incluso de la universidad.


Sin embargo, la adolescencia es una etapa llena de caos interno. Los cambios hormonales, las presiones académicas, las redes sociales y la búsqueda de identidad los ponen en un estado constante de tensión. Muchos no saben gestionar sus emociones y terminan canalizándolas en apatía, enojo o falta de motivación.

El yoga puede ser una herramienta increíble para ellos. Mejora la concentración, regula el estado de ánimo y ayuda a liberar el estrés acumulado en el cuerpo. Muchas veces, los adolescentes no necesitan más disciplina o más reglas, sino un espacio donde puedan moverse, respirar y conectarse consigo mismos sin juicios ni presiones.

Para ellos, me gusta recordar una frase de B.K.S. Iyengar:

"El yoga no transforma la forma en que ves las cosas; transforma la persona que las ve."


Si hoy tuviera que elegir, prefiero trabajar con adultos. Son más responsables, buscan equilibrio y, en muchos casos, tienen una sabiduría que se siente en cada respiración. No buscan impresionar a nadie, solo estar presentes.

Aun así, después de meses de enseñanza, me doy cuenta de que las edades no lo son todo. He visto jóvenes con una madurez impresionante y adultos con actitudes infantiles. No hay que juzgar a un libro por su portada.


Como maestra, lo que más valoro no es la edad, sino la disposición. Mis alumnos favoritos son los que llegan, practican, conectan con su cuerpo, su respiración y, sobre todo, los que saben reírse en el proceso. A los demás, solo les deseo un hermoso viaje en su camino del yoga.


Namasté.

 
 
 

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